Desarrollo de la resiliencia a los fenómenos meteorológicos extremos provocados por el cambio climático
En el clima actual, que cambia rápidamente, los fenómenos meteorológicos extremos ya no se consideran actos impredecibles de la naturaleza. Los impactos devastadores del cambio climático, como inundaciones catastróficas, huracanes e incendios forestales, han puesto de relieve la necesidad urgente de que las empresas desarrollen resiliencia frente a estos desafíos. Más allá de las obligaciones regulatorias y éticas, las empresas ahora deben priorizar la gestión de riesgos para evitar la pérdida de vidas y prevenir pérdidas financieras, daños a la reputación y destrucción ambiental.
Las implicaciones de estos fenómenos meteorológicos extremos son de gran alcance y afectan a los ecosistemas, la agricultura, la infraestructura y las poblaciones humanas. A medida que estos eventos continúan aumentando en ocurrencia, las organizaciones que operan en la industria del petróleo y el gas podrían enfrentar desafíos significativos en la gestión de los riesgos asociados con eventos climáticos extremos y derrames de hidrocarburos. Las estimaciones sugieren que el 40% de las reservas mundiales de petróleo y gas están amenazadas por los impactos físicos del cambio climático. (Maplecroft, 2021). El sector es vulnerable a una serie de riesgos físicos, como el aumento de las temperaturas, el aumento del nivel del mar, las inundaciones, las tormentas y las sequías.
Este artículo explora la necesidad de desarrollar resiliencia a los fenómenos meteorológicos extremos del cambio climático. Profundiza en los impactos de incidentes recientes, como el desastre industrial de Norilsk en Rusia y el derrame de petróleo en las Bahamas causado por el huracán Dorian. Al examinar estos eventos, el artículo pretende arrojar luz sobre la importancia de anticipar y gestionar los riesgos asociados con los fenómenos meteorológicos extremos. También se analiza el papel de diversas metodologías, como la Teoría Reimaginada de la Incubación de Desastres y la ISO 31000, en la mejora de la preparación y la resiliencia.
La necesidad de la resiliencia
En 2020, Norilsk, una importante ciudad minera del norte de Rusia, experimentó un desastre industrial que provocó la pérdida de 21.000 toneladas de gasóleo. Este derrame de combustible se extendió más allá de las medidas de contención, contaminando la tundra ambientalmente sensible en la región ártica. La falla del tanque de almacenamiento de combustible se atribuyó en parte a la falta de pruebas no destructivas, que podrían haber identificado la corrosión y el derretimiento del permafrost causado por un clima cálido sin precedentes. Este incidente pone de manifiesto la necesidad de adoptar medidas proactivas para prevenir y mitigar los efectos de los fenómenos meteorológicos extremos.
Derrame de petróleo en Norilsk, Rusia. Crédito: AFP/BBC
Del mismo modo, en 2019, el incidente de las Bahamas ocurrió cuando el huracán Dorian, una tormenta de categoría 5, tocó tierra en las Islas Ábaco y las Grandes Bahamas. Las velocidades sin precedentes del viento provocaron que los techos de los tanques de almacenamiento de petróleo fallaran, liberando un estimado de 119.000 barriles de petróleo. El petróleo derramado se extendió por vastas áreas de bosque y marismas interiores, causando importantes daños ambientales. Aunque el diseño de la instalación de almacenamiento tuvo en cuenta los riesgos de huracanes, las velocidades de viento sin precedentes superaron las predicciones, lo que enfatiza la necesidad de una mejor preparación.
Menos de 2 años después, el suministro de crudo y productos refinados se interrumpió y se registraron 55 derrames en el Golfo de México como consecuencia del huracán Ida (Maplecroft, 2021).
Más del 40% de las reservas de petróleo y gas recuperables comercialmente están altamente expuestas a los efectos del cambio climático.
Predicción del futuro
Si bien muchas industrias tienen experiencia en la identificación y mitigación de riesgos operativos, los eventos climáticos extremos presentan desafíos únicos. La falta de precedentes y el aumento de la frecuencia y gravedad de estos eventos dificultan la predicción y la preparación eficaz para ellos. La proximidad física y la exposición aguda a los riesgos pueden proporcionar información valiosa, y las filiales regionales pueden liderar las actividades de preparación. Sin embargo, incluso aquellos que viven más cerca de los riesgos pueden tener dificultades para planificar lo inimaginable a medida que los eventos climáticos extremos se vuelven más frecuentes y severos.
La Organización Meteorológica Mundial predice que las temperaturas alcanzarán nuevos niveles récord en los próximos cinco años. Es probable que esto conduzca a fenómenos meteorológicos extremos más regulares y graves, lo que hará que la resiliencia dependa de la capacidad de las organizaciones para anticipar y gestionar la probabilidad y las consecuencias de dichos fenómenos. Desde inundaciones e incendios forestales sin precedentes hasta sequías y tormentas, los efectos del cambio climático exigen medidas proactivas.
De Cobra a Python
La urgencia de descarbonizar y hacer la transición a energías limpias es innegable. Sin embargo, esta transición llevará tiempo y el planeta seguirá calentándose, lo que dará lugar a fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes y graves.
Desde África hasta la Antártida, los siete continentes de la Tierra experimentaron fenómenos meteorológicos extremos extraordinarios en julio de 2023. A principios de julio, la Tierra experimentó su semana más calurosa registrada. La Organización Meteorológica Mundial advirtió que julio de 2023 podría ser el mes más caluroso del mundo, lo que marca la llegada de la "era de la ebullición global". Como para demostrar un punto, el sur de Europa, Grecia, Italia, España, Portugal, Turquía y Suiza fueron testigos de devastadores incendios forestales que se cobraron vidas, destruyeron propiedades y quemaron vastas áreas de tierra.
El verano surcoreano de este año trajo consigo los implacables monzones, lo que provocó inundaciones catastróficas que se cobraron trágicamente 46 vidas y obligaron a 5500 personas a abandonar sus hogares. En respuesta, el presidente Yoon Suk Yeol señaló la falta de preparación; Sin embargo, a medida que aumenta la intensidad de estos aguaceros, el público se está dando cuenta de algo aleccionador. Cada vez es más evidente que estos eventos podrían significar solo los estruendos iniciales de una tormenta más grande en el horizonte. Con esta toma de conciencia viene un llamado rotundo de la población para una reevaluación fundamental de cómo nuestra sociedad planifica y maneja el impacto de los desastres naturales.
Estos incidentes, junto con los intensos incendios forestales en América del Norte, demuestran la necesidad urgente de adaptar la generación de energía, la planificación urbana, el diseño de infraestructura y la respuesta a emergencias para hacer frente a los desafíos que plantean los fenómenos meteorológicos extremos.
Herramientas en la caja
Las industrias conocidas por su resiliencia, como la aviación, han construido registros de seguridad envidiables a través de las lecciones aprendidas de numerosos desastres. Del mismo modo, los principales derrames de petróleo procedentes de buques se han reducido significativamente debido a una regulación más estricta y a los avances tecnológicos. Si bien no podemos evitar los fenómenos meteorológicos extremos, las organizaciones pueden aumentar su resiliencia.
La Teoría Reimaginada de la Incubación de Desastres, propuesta por Lauder en 2016, ofrece un marco para identificar posibles fallas y mejorar la comunicación de riesgos y el compromiso de los empleados. Al aplicar esta teoría antes de que ocurra un evento, las organizaciones pueden identificar "señales débiles" que pueden indicar inestabilidad estructural u otros riesgos. Por ejemplo, en el caso del vertido de Norilsk, el reconocimiento de las consecuencias del derretimiento del permafrost podría haber llevado a cambios en la forma en que se almacenan los hidrocarburos en la región ártica.
El debate gira en torno a si las organizaciones pueden justificar la inversión de tiempo y recursos para contemplar todas las circunstancias atenuantes y las estrategias de mitigación de riesgos que podrían tener consecuencias significativas pero, al final, tienen una probabilidad limitada.
Otro enfoque es utilizar la norma ISO 31000, un marco integral de gestión de riesgos que hace hincapié en la participación de las partes interesadas y la integración de la gestión de riesgos en los procesos de una organización. La aplicación de este marco al incidente de las Bahamas pone de relieve los desafíos de determinar los riesgos en escenarios complejos e inciertos, como los impactos ambientales del petróleo dispersado por el viento.
Si bien ambas metodologías son deliberadamente amplias y proporcionan una guía valiosa, las organizaciones deben determinar hasta qué punto invierten tiempo y recursos en considerar todos los riesgos posibles y las medidas de mitigación.
Conclusión
La trayectoria del calentamiento global va a persistir, lo que conducirá a una escalada en la frecuencia y el alcance de los fenómenos meteorológicos extremos. A la luz de esta realidad, las industrias deben someterse a una adaptación para prepararse eficazmente para estos sucesos y gestionar las secuelas posteriores.
En la actualidad, lidiar con la capacidad de anticipar y abordar preventivamente estos riesgos, junto con sus posibles efectos en cascada, plantea un desafío sustancial. Si bien las metodologías de gestión de riesgos existentes ofrecen ventajas, como las regulaciones ISO que proporcionan un marco estandarizado adoptado por las industrias, tienen dificultades cuando se enfrentan a la ambigüedad. Adoptar perspectivas y estrategias novedosas, como la Teoría de los Desastres Reimaginada, es imprescindible para mejorar la previsión, reforzar los esfuerzos de mitigación y fortalecer la resiliencia.
Los planificadores de emergencias se encuentran navegando por un tipo distinto de caos que difiere de los escenarios a los que están acostumbrados sus homólogos de gestión de crisis. Las experiencias y los conocimientos adquiridos en futuros desastres no deben ignorarse ni aislarse de otros sistemas. A menudo, surgen nuevas regulaciones, estándares mejorados o tecnologías innovadoras como respuesta a incidentes significativos. Para los socorristas, esto se traduce en la necesidad de adaptar procesos y procedimientos confiables, ejemplificados por el ajuste de la Técnica de Evaluación de la Limpieza de la Costa (SCAT) para su uso en entornos tierra adentro durante la respuesta de las Bahamas.
Debajo de la superficie se esconde un dilema ético. Los fenómenos meteorológicos extremos suelen precipitar la pérdida de vidas. En medio de los daños a la infraestructura crítica, la escasez de recursos y el sufrimiento humano, los gestores de la respuesta deben equilibrar hábilmente los requisitos operativos con los esfuerzos humanitarios, asegurando que sus objetivos permanezcan alineados con las condiciones prevalecientes.